
por Teófilo Briceño*
En el Chile neoliberal el sindicalismo, en cualquiera de sus vertientes, es débil, razón por la cual las y los trabajadores tenemos escasa influencia en las grandes decisiones del país.
La dictadura asesinó a más de 400 dirigentes obreros y creó una legislación laboral favorable a los patrones, diseñada para debilitar a los asalariados y, para el caso de que lograran fuerza, mantenerlos controlados o cooptados; en palabras sencillas, mansos, con reclamos inocuos para el poder.
Los gobiernos «democráticos», con leves modificaciones, han mantenido incluso este pilar fundamental que permite la «gobernanza» del neoliberalismo. Es más, han perfeccionado la legislación en favor del interés del empresariado y el gran capital.
El neoliberalismo ha transformado la composición y subjetividad de quienes producen la riqueza en Chile. Ha convertido subjetivamente a los proletarios en «propietarios imaginarios», desarticulando la subjetividad colectiva (el orgullo de ser obrero o trabajador) y promoviendo una individualidad consumista, en su forma más hedonista.
Se instaló un modo de producción toyotista, basado en nuevas tecnologías, que reemplazó al fordismo, cambiando todo a su paso. Vivimos inmersos en una legislación favorable a los patrones, con destrucción cultural de la identidad obrera forjada durante décadas por el movimiento sindical, corrupción alimentada por el individualismo enfermizo de la dirigencia sindical postdictadura, y con el predominio de una hegemonía neoanarquista (1) en los sectores sindicales más rebeldes.
Todos estos factores, junto con la falta de fuerzas revolucionarias anticapitalistas serias en la organización obrera, han llevado a las fuerzas del cambio real a un estado calamitoso, catastrófico, e impiden la consolidación de una centralidad clasista (2).
La potencia de la revuelta social de 2019 tenía un techo anunciado por esta principal falencia. Millones de personas protestando en cada esquina del país no fueron suficientes para lograr un cambio real. Es que por multitudinarias que sean las manifestaciones, no pueden reemplazar a la potencia de cientos de miles de obreros con conciencia de clase organizados en los centros laborales estratégicos.
La suma de individualidades, casi de un modo liberal, no reemplaza a la clase, a una comunidad con identidad colectiva y una direccionalidad para derrotar a un enemigo que sí tiene esa unidad, expresada claramente en la Confederación de la Producción y el Comercio (CPC, gremio que representa los intereses del gran empresariado de las distintas actividades de la economía en Chile) o en los núcleos ideológicos que la dirigen.
La CPC, con sus alianzas con el imperio gringo o sus lacayos europeos, se da el lujo de tener distintos instrumentos políticos para sus intereses, instrumentos que a esta altura son tanto de derecha como de izquierda. Por eso, es más eficiente políticamente adoptar posiciones de clase que posiciones de «derecha» o «izquierda», pues estas últimas han perdido su valor histórico y ya no representan lo que alguna vez significaron.
Existe una guerra híbrida (multidimensional) en contra de las posiciones y organizaciones de clase. Cuando se intenta crear o hacer surgir este tipo de posiciones, el sistema se preocupa. Pero hasta ahora su preocupación es menor, principalmente porque vaciaron de contenido clasista al grueso del movimiento sindical, al cual ya han mayoritariamente cooptado o domesticado.
Ante los intentos por darle una centralidad a las posiciones clasistas, utilizan herramientas como la dispersión, las disputas internas y la moralina funcional a los objetivos de la división, para impedir la duración de lo creado. Mil argumentos con verdades a medias, sin embargo, muy eficaces.
Y en uno de los intentos de centralidad clasista, expresados en la Central Clasista de Trabajadoras y Trabajadores, especialmente en torno al hecho político del 1° de mayo clasista y su disputa en la calle contra el poder del sindicalismo cooptado, apareció el «fuego amigo» de los «otros clasistas» con tesis que tienen cierta aceptación en el mundo popular. Realmente existen quienes, sin decirlo, piensan que la lucha de clases se manifiesta entre los que votan y los que no votan, o en que las coordinaciones y la horizontalidad en todo espacio y momento reemplazan la centralidad necesaria.
Con toda, la debilidad que exhibe la Central Clasista debemos apoyarla, no necesariamente por lo que es hoy, sino porque es una herramienta vital para los trabajadores y porque es un núcleo estable de construcción sindical que está creciendo y desarrollándose.
Hay que apoyar e impulsar las iniciativas clasistas, desde el 1° de mayo clasista hasta el 11 de julio de protesta por nuestras riquezas naturales (día de la nacionalización del cobre en 1971). Hay que pasar de las coordinaciones a organizaciones centralizadas con disciplina obrera; de la rebeldía individual a la rebeldía comunitaria con identidad; de las demandas diversas y dispersas a demandas unitarias; del «colaboraremos en el trabajo» al orgullo de ser obrero o trabajador.
Si afuera de la Central Clasista hay más expresiones clasistas, y las hay, tanto fuera como dentro de otras centrales sindicales, busquemos las luchas comunes que nos pueden unir para que, en algún momento, tengamos una Central Única de Trabajadores con hegemonía clasista y anticapitalista, tal como lo pensaron Luis Emilio Recabarren, Teresa Flores y Clotario Blest.
Nos vemos este 1° de mayo clasista, rebelde y popular en Brasil con Alameda, para marchar al acto de Alameda con Matucana, rindiendo homenaje a Francisca Sandoval y a todas las luchas de ayer, hoy y mañana.
¡VIVA EL 1° DE MAYO CLASISTA, REBELDE Y POPULAR!
¡VIVA LA CENTRAL CLASISTA DE TRABAJADORAS Y TRABAJADORES!
Abril 2025, desde el corazón del neoliberalismo.
1. Las coordinaciones sociales y también sindicales son, sin lugar a dudas, un avance ante la fragmentación social producto del individualismo reinante en el mundo popular. Pero también es un formato que acomoda a muchos que no están dispuestos, por justas razones o no, a subordinarse a decisiones de organizaciones federativas. Esta tendencia que podemos denominar neoanarquismo porque considera que todo poder es negativo y que dicho poder es oprobioso y, en consecuencia, la independencia personal o de pequeños colectivos prima por sobre colectivo mayores. Esto es una debilidad extrema cuando se necesita unidad y acción para enfrentar coyunturas que ameritan tener un mando social. La coordinación es más fácil de ser destruida por acciones sicológicas del enemigo, y menos eficaz que una organizacional sólida y acerada.
2. Centralidad clasista se refiere a una orgánica sindical sólida con capacidades en todos los planos, con liderazgo claro, con disciplina para impulsar las tareas propuestas, con capacidad táctica para enfrentar los distintos escenarios que puede demandar una coyuntura y sobre todo, que pueda tener solidez ideológica y mística para soportar los embates y la guerra híbrida de los enemigos de clase.
*Centro de Estudios Francisco Bilbao