por Ricardo Candia Cares
En la película Guerra Mundial Z, al investigador interpretado por Brad Pitt se le encarga buscar el origen del virus que transforma en zombis a los humanos. La clave se la entrega la inteligencia israelita: un hombre de ellos siempre debe llevar la contraria respecto de las decisiones más importantes.
Es decir, alguien debe decir que no.
En clave cinematográfica, se dice que es necesario tener subordinados, colaboradores, asesores, compañeros, obligados a hacer ver los errores de quienes mandan para equilibrar, en algo, la ceguera que produce el poder.
Esa soberbia.
¿Recuerda al presidente Gabriel Boric regañando en público a su jefa de comunicaciones cuando habló por 53 minutos seguidos, precisamente cuando debía guardar silencio?
La mujer estaba en lo correcto.
Hemos dicho hasta el cansancio: si en serio y maduramente Gabriel Boric y su gente hubiesen querido desarrollar un proyecto político en el que se postularan como líderes o construir una estrategia de poder en el que intentaban jugar un rol central o si conocían algo de la historia de este país, el actual primer mandatario debió aguantarse al menos ocho años.
Le sobra juventud para el efecto. Y, eso sí, le falta saber de política, entendida como el espacio en el que el poder es la cuestión, que no es lo mismo que gobierno.
Y en el ínterin haber desarrollado y madurado un proceso de acumulación de fuerzas, de construcción de un instrumento político serio, de arraigo en la gente, de afinamiento de un discurso político e ideológico, de un teoría en la que sustentar sus propuestas, así haya sido para entender el capitalismo como único e inamovible orden al que se le puede hacer reparaciones.
No pudieron ni supieron que la cosa va por el lado de constituir una masa crítica, una mayoría asentada en el pueblo, que apoyara e impulsara su proyecto para no haber tenido que depender, entre otros, de esos que antes le representaban lo peor de lo peor.
Ni haber generado ese terror inefable a la derecha que los ha hecho entenderse y buscar acuerdos con gente que los va a estrangular cuando no más necesiten.
Ya se ven señales.
A esos gestos supuestamente republicanos la derecha le llama debilidad y, como buenos depredadores, la huelen a kilómetros y no dan tregua al animalito caído en desgracia.
Y en medio de todo, el agravante de la mucha soberbia propia de una comprensión pequeñoburguesa de los procesos sociales, especialmente del poder y el rol del pueblo y de los trabajadores.
No se trata de darle con el mocho del hacha al presidente, aunque se lo tenga merecido. Pero es necesario insistir que el efecto Boric ha tenido como consecuencia nefasta el reforzamiento de la derecha y su teoría del despojo y la depredación, ese neoliberalismo, curiosamente criticado por el presidente solo en el extranjero.
Y, peor aún, la gestión Boric ha dejado la mesa disponible para que la ultraderecha más abyecta se haga del gobierno mediante la manipulación y del miedo, de la mentira y la oferta siniestra.
En estos años no se ha avanzado nada en el sentido de demostrar lo que sí, por ejemplo, hizo el alcalde Daniel Jadue a nivel municipal: que se pueden impulsar políticas no neoliberales que tengan como propósito beneficiar a la gente despreciada, marginada, explotada, ninguneada.
Eso ya es revolucionario en este país.
No se trata de construir el socialismo, sino de hacer mejores las vidas castigadas en una estrategia de construcción de una sociedad en la que estas medidas excepcionales sean la norma. Y eso se hace con decisión, voluntad, comprensión y por sobre todo con un claro diagnóstico del mundo y el país en el que vivimos, que sea capaz de convencer y seducir a millones detrás de esas ideas.
La desorientación ideológica, palabrita que es como una grosería, que es posible advertir en discursos y acciones presidenciales y de sus referentes orgánicos, se demuestra al momento en que reavivaron los rescoldos fríos de los partidos de la Concertación, que casi desaparecían luego de sus experiencias en los gobiernos en donde traicionaron todo lo que antes juraban de guata.
Y, por otro lado, debieron aliarse con el Partido Comunista, de quien recelan ideológicamente, pero de los que no luce presentable ni conveniente desprenderse.
Por ahora.
Una buena pregunta es cómo y por qué hemos llegado a no tener ni siquiera opciones electorales que contradigan la cultura dominante, que ofrezcan, aunque sea un poquito de decencia, que propongan rasgos solidarios, de escala humana, ya no digamos con un horizonte socialista, sino simplemente gestiones no neoliberales, de respeto y reconocimiento a la gente común y endeudada.
Una salud digna, por ejemplo, que ya sería un hecho revolucionario en este orden.
Quizás las cosas hubiesen sido diferentes de haber habido un Décimo Hombre como el de la película en todos nosotros, pero mucho antes, quizás a la altura de la Enseñanza Media, en aquellos que parecen no entender mucho qué es eso del poder.
De haber sido así, podríamos volver a intentarlo, ahora con la esperanza de fracasar de una mejor manera.