por Vijay Prashad
Cuando Dante Alighieri y su guía llegan al quinto círculo del infierno en el Canto VII del Infierno, de la Divina Comedia, se encuentran con la laguna de Estigia, donde las personas que no pudieron contener su ira en vida ahora se revuelcan y luchan entre sí en la superficie del agua turbulenta y fangosa y debajo de ellos yacen los que habían sido hoscos en vida, con sus frustraciones aflorando a la superficie en forma de burbujas:
Y yo, que por mirar estaba atento,
gente enfangada vi en aquel pantano
toda desnuda, con airado rostro.No sólo con las manos se pegaban, mas
con los pies, el pecho y la cabeza, trozo
a trozo arrancando con los dientes.
Todas las culturas describen alguna variante de esta caracterización del infierno, en el que quienes han infringido las normas que pretenden producir una sociedad armoniosa sufren una vida después de la muerte llena de castigos. Por ejemplo, en la llanura del Ganges de la India, siglos antes de Dante, los desconocidos autores del Garuda Purana describieron los 28 diferentes narakas [infiernos]. Las similitudes entre el Infierno de Dante y el Garuda Purana pueden explicarse por los horrores y temores comunes que comparten lxs seres humanxs: ser devoradxs vivxs, ahogadxs y mutiladxs. Es como si la justicia de que dispone la mayoría de la gente en la Tierra fuera insuficiente, por lo que existe la esperanza de que una justicia divina acabe imponiendo un castigo diferido.
En enero de 2025, Donald Trump, que ha cultivado una política de la rabia que no es extraña en nuestro mundo, será investido para su segundo mandato como presidente de Estados Unidos. Esta política de la ira está presente en muchos países, incluida Europa, que se considera a sí misma por encima de las emociones brutales y un continente de la razón. Entre los liberales existe la tentación de caracterizar esta política de la ira como fascismo, pero esto no es exacto. Trump y su cofradía política en todo el mundo (desde Giorgia Meloni en Italia hasta Javier Milei en Argentina) no se anuncian como fascistas, ni llevan los mismos emblemas ni utilizan la misma retórica. Aunque algunos de sus seguidores exhiben esvásticas y otros símbolos fascistas, la mayoría son más cuidadosos. No llevan uniformes militares, ni sacan a los militares de los cuarteles para que les den una mano. Su política se enmarca en una retórica moderna de desarrollo y comercio, junto con la promesa de puestos de trabajo y bienestar social para los nacionales. Señalan con el dedo el pacto neoliberal de los viejos partidos del liberalismo y el conservadurismo y se burlan de ellos por su elitismo. Aclaman como salvadores a individuos que no pertenecen a las élites, hombres y mujeres que, según ellos, hablarán por fin en nombre de lxs trabajadorxs precarixs descartadxs y de las clases medias en decadencia. Se expresan con rabia para diferenciarse de los viejos partidos del liberalismo y el conservadurismo, que hablan sin emoción del espantoso panorama social y económico que existe actualmente en gran parte del mundo.
Esto nos lleva a preguntarnos si lxs líderes de esta “extrema derecha actual”, un nuevo tipo de derecha que está íntimamente ligada al liberalismo, están haciendo algo particularmente único. Un análisis detallado muestra que simplemente están construyendo sobre los cimientos establecidos por los desvaídos liderazgos de los viejos partidos del liberalismo y el conservadurismo. Por ejemplo, estos viejos partidos han:
- Destruido el tejido social mediante la privatización y la desregulación, han debilitado a los sindicatos mediante políticas de externalización y han creado inseguridad y atomización en la sociedad.
- Aplicado políticas que han incrementado la inflación y deflactado los salarios, al tiempo que han aumentado la riqueza de unos pocos mediante políticas fiscales laxas y mercados bursátiles al alza.
- Fortalecido el aparato represivo del Estado y tratado de sofocar la disidencia, incluso atacando a quienes quieren reconstruir los movimientos de la clase trabajadora.
- Fomentado la guerra y la devastación, por ejemplo, impidiendo un acuerdo de paz en Ucrania y alentando el genocidio estadounidense-israelí del pueblo palestino.
Este tipo de política de la ira ya está en acción en la sociedad, aunque nada de ello haya sido creado por la extrema derecha actual. Un mundo de ira es el producto del pacto neoliberal de los viejos partidos del liberalismo y el conservadurismo. No son ni Alternativa para Alemania (Alternative für Deutschland, AfD), ni el francés Agrupación Nacional (Rassemblement national) ni Trump en su primer mandato los que han producido todo este mundo, por repelente que sea su política. Cuando estos grupos ganan el poder del Estado, se convierten en beneficiarios de una sociedad de la ira producida por el pacto neoliberal.
Pero el lenguaje de Trump y su círculo político no deja de ser alarmante. Hablan con rabia desenfadada y dirigen esa rabia contra quienes son vulnerables (especialmente personas inmigrantes y disidentes). Trump, por ejemplo, habla de las personas refugiadas como si fueran plagas que hay que exterminar. En la retórica de la extrema derecha se puede oír un lenguaje más antiguo y decadente, el lenguaje de la muerte y el desorden. Pero este es su tono, no sus políticas. Los viejos partidos del pacto neoliberal ya han enviado sus ejércitos a la frontera, invadido los barrios marginales, recortado la ayuda social y el bienestar de los presupuestos de sus países y han incrementado el gasto en represión dentro y fuera de sus fronteras. Los viejos políticos del pacto neoliberal dirán que la “Economía” está floreciendo, con lo que quieren decir que el mercado bursátil está bañado en champán. Dicen que protegerán el derecho de las mujeres a controlar su salud, pero no aprueban ninguna legislación para hacerlo. Señalan que están a favor del alto al fuego mientras autorizan transferencias de armas para continuar la guerra y el genocidio. El pacto neoliberal ya ha desarticulado a la sociedad. Los partidos de extrema derecha se limitan a apartar la hipocresía. No son la antítesis del pacto neoliberal, sino su reflejo más fiel.
Pero la rabia irracional no es el estado de ánimo del pueblo que vota a los partidos de extrema derecha actual, sino un cliché tejido por políticxs neoliberales sin imaginación. Es el tono de lxs políticxs líderes de la extrema derecha actual lo que les otorgaría un lugar en el quinto círculo del infierno de Dante. Ellxs son los furiosxs. Sus oponentes de la élite, lxs políticxs de los viejos partidos del liberalismo y el conservadurismo, son lxs hoscxs, bajo el fango, con sus emociones apagadas.
En 2017, la Fundación Perseu Abramo, de Brasil, publicó un estudio sobre las percepciones políticas y los valores de quienes viven en las favelas de São Paulo, según el cual están a favor de más políticas sociales de socorro y bienestar. Saben que su duro trabajo no se traduce en medios suficientes, por lo que esperan que las políticas gubernamentales proporcionen un apoyo adicional. En teoría, estas opiniones deberían conducir al crecimiento de la política de clases. Sin embargo, los investigadores descubrieron que no era así: en su lugar, las ideas neoliberales habían inundado las favelas, llevando a sus pobladores a ver el conflicto primario no como uno entre ricos y pobres, sino entre el Estado y los individuos, dejando de lado el papel del capital. Las conclusiones de este estudio se repiten en muchas otras investigaciones similares. No es que los sectores de la clase trabajadora que se pasan a la extrema derecha actual estén irracionalmente furiosos o engañados. Tienen clara su experiencia, pero responsabilizan al Estado por la degradación de sus vidas. ¿Se les puede culpar? Su relación con el Estado no está marcada por las trabajadoras sociales o las oficinas de asistencia social, sino por la saña de la policía especial autorizada a negarles sus derechos civiles y humanos. Y así, llegan a asociar el Estado con el pacto neoliberal y a odiarlo. Saliendo de estas aguas turbias, lxs políticxs de extrema derecha aparecen como potenciales salvadores. No importa que no tengan ningún programa para revertir la matanza que las políticas neoliberales de los viejos partidos infligen a la sociedad: al menos pretenden odiarla también.
Sin embargo, la agenda de la extrema derecha actual no consiste en resolver los problemas de la mayoría. Radica en profundizarlos infligiendo a la sociedad una forma de nacionalismo acérrimo, que no está arraigado en el amor al prójimo, sino en el odio a la población vulnerable. Este odio se disfraza entonces de patriotismo. El tamaño de la bandera nacional crece y el entusiasmo por el himno nacional aumenta en decibelios. El patriotismo empieza a oler a ira y amargura, a violencia y frustración, al fango del infierno. Una cosa es ser patriótico con las banderas y los himnos, y otra es ser patriótico contra el hambre y la desesperanza.
Los seres humanos anhelan ser decentes, pero la desesperación y el resentimiento han sofocado ese anhelo en el fango. Dante y su guía acaban abriéndose camino a través de los círculos del infierno, cruzando arroyos y abismos para llegar a un pequeño agujero en el firmamento desde el cual pueden ver las estrellas y vislumbrar por primera vez el paraíso. Anhelamos ver las estrellas.
Imagen principal: Boris Taslitzky (France), Le petit camp à Buchenwald [El pequeño campo de Buchenwald], 1945.