El actual gobierno de México presume de renovar las generaciones de funcionarios y políticos. El estamento militar que ostenta el monopolio legal de la violencia es por necesidad mayoritariamente juvenil. Pero la población en general va envejeciendo en México con una juventud plebeya que no puede ni presumir ni ostentar una situación de poder, de fuerza y libertad frente a los mandos políticos, militares y económicos quienes, por arriba de los 50 años, se dicen experimentados, sabios y con un conteo de supuestas victorias que han forjado al país, sus empresas y su cultura.
Esta condición estructural de la generación en el poder carece de imaginación, su creatividad antigua es memoria de sus rutinas y sobreestima sus aportes a la vida de los demás. Usurpan la soberanía que para ellos es la contraria a la de los pueblos originarios que deliberan a su ritmo entre todos y para todos. Si hay excepciones y si alguien descubre sus virtudes, se vuelven espectáculo, liderazgo, adulación, aplausos, invitación a conferencias magistrales o exitosas figuras en las encuestas de popularidad. Allá en los cielos, pocos de esos virtuosos aportan autocrítica ante la realidad. Eternizan su imagen, sus gestos, su tono de sabelotodo (aunque lo inventen).
Así se une la generación de poderosos a la cultura política dominante, la de la meritocracia, de la demagogia, la del rollo doble y satinado, la que busca dependientes, seguidores y clientes de su poder. Y esa cultura se reproduce y nos intoxica, es corrosión de las conciencias.
En la izquierda mexicana las generaciones de jóvenes rebeldes se fueron convirtiendo en figuras retocadas por esa cultura política dominante. La diferencia en los discursos frente a la clase adinerada se recarga de rencores, oscila entre la prédica sobre héroes y mártires, tan patriarcales, y de decepcionados que con un buen vínculo (se llamaba compadrazgo), se vuelven clientes o colaboradores «críticos» del poder sumados como su furgón de cola. Bien lo describió Efraín Huerta en uno de sus poemínimos: «A mis maestros de marxismo/ no los puedo entender: / unos están en la cárcel/ y otros en el poder».
De las luchas ferrocarrileras y proletarias de 58-59, de las estudiantiles y populares de 68-71, de las insurgencias armada, obrera, magisterial, popular, campesina y cristiana de liberación en los 70 y 80, todas del siglo pasado, una parte importante viajó al transformismo, aprovechando la Reforma Política, formando organizaciones y partidos de una «izquierda» electoral y corporativa. Algunos llegaron al gobierno y para no perder estatura y lozanía dicen que son producto de aquellos movimientos del pueblo rebelde, salidos de las cárceles, sobrevivientes de la rebeldía aprecian el valor del cambio gradual, pacífico, moderado.
Y esa capa de la izquierda se hinca en el altar de la patria sometida. Sus hijos y nietos (para decirlo en el mismo lenguaje patriarcal) pasaron a heredar famas y a repetir leyendas. Se perdieron dos generaciones que abandonaron la formación política, el pensamiento crítico, la militancia callejera, popular y combativa para sumarse a las convocatorias masivas para aplaudir a los viejos y no tan viejos líderes del cambio que no rompió ningún vidrio para hacerse de cargos y de medios por una supuesta transformación.
No son todos, pero hay que reconocer que son la mayoría. En el 68 les llamábamos momias apenas pasaban los 30 y se acomodaban a una vida buena en las nubes del confort, viviendo del re-cuento de experiencias sin ética de lucha.
Ya José Revueltas, joven persistente hasta su muerte había señalado que existen falsas vanguardias, pandillas con credencial de ángel, que oscilaban entre el oportunismo y el radicalismo verbal. Recomendaba comprobar si eran ángeles dándoles un palo en las canillas para ver si en verdad no pisaban el suelo.
Sin realidad histórica ni teórica, la juventud adocenada se convertía en el divino atesoramiento de fotos y simulaciones en redes de seguidores, así la cultura del priismo se renovó en movimientos de renovación nacional (no toda, claro).
¿Y los jóvenes de la izquierda rebelde, revolucionaria, crítica y transgresora? Sobreviven unos pocos, la mayoría decepcionados de militancias, otros seguidores de algún mando sobrevaluado. Dispuestos al activismo, incluso a la acción directa, pero desorganizados por ellos mismos. Mientras, los jóvenes trabajadores han perdido muchos de los derechos que tenían sus padres, sin estabilidad en el trabajo, sin posibilidad de educación superior, sin casa propia, sin más chamba que la que se les ofrezca o se les imponga (incluso los reclutados o en la leva del crimen autorizado) parecen negar que deba justificarse la actual crisis de militancia y de envejecimiento de las y los luchadores sociales. El destino que deseaba nuestro joven tío, Uriel, Pepe para los zenzontleros, sigue vigente como meta: «Si todas las puertas se cierran, la única salida para no caer en las garras de la delincuencia es la lucha: Los jóvenes construirán con su imaginación y sus brazos la esperanza». *
*Citas de artículos en Capital Depredador y Rebelión de José Uriel Aréchiga Viramontes.