La región es una de las más desiguales del mundo. El 1% de la población más acaudalada acumula el 45% de la riqueza nacional
La desigualdad extrema lleva muchas décadas siendo un problema endémico en toda América Latina. Tras lustros de dominio de las tesis neoliberales, los movimientos políticos de comienzos de siglo —concentrados en torno al foro de São Paulo y la marea roja del nuevo socialismo— lograron situar este problema en el centro de la batalla ideológica. Y aunque varios países han conseguido reducir las tasas de inequidad de forma destacada, lo cierto es que la región sigue registrando una de las mayores tasas de concentración de la riqueza del mundo.
De acuerdo con los datos de la World Inequality Database, el 1% de la población más rica de América Latina acapara en torno al 45% de la riqueza nacional, frente al 35% que se registra en Estados Unidos, el 31% del este de Asia o el 25% de Europa. Desde el cambio de milenio, de hecho, el nivel de concentración de riqueza en unas pocas manos se ha mantenido relativamente estable en la región, y nunca ha registrado una tasa inferior al 42%.
Pese a esto, existen diferencias regionales especialmente marcadas por la situación de los países más grandes y con mayor peso económico. En sitios como Brasil o México —las dos economías más grandes de la región y, con gran diferencia, los dos Estados más poblados— el 1% de la población más rica acapara prácticamente el 50% de la riqueza nacional, mientras que la mitad de la población más pobre ni siquiera llega al 1%.
Los motivos que exacerban la desigualdad en América Latina no son distintos a los que se registran en otras partes del mundo, incluidas la zonas más desarrolladas: pobreza heredada, brechas insalvables entre las zonas urbanas y el campo o una ausencia casi absoluta de movilidad social. También destacan unos sistemas tributarios regresivos, con una baja recaudación e ideados para beneficiar a las clases más pudientes, que rara vez reciben gravámenes directos sobre el patrimonio o las herencias.
Así ocurre en México o Chile, dos de los países con mayor concentración de la riqueza en toda América Latina que también figuran entre los que más gravan a los hogares de ingresos medianos y bajos.
En el caso de Brasil, la desigualdad extrema es perceptible sobre el propio mapa del país, donde los estados del noreste tienen niveles considerablemente más bajos de desarrollo que el resto del país. Allí, la disparidad de los ingresos convive con la desigualdad racial, el analfabetismo o la falta de acceso a la tierra.
De hecho, una parte importante de la fuerte concentración de la riqueza en América Latina nace de otro de los grandes problemas históricos que se registran en gran parte de la región: la gigantesca desigualdad en el reparto de la tierra. El 1% de las explotaciones agrarias concentran algo más del 50% de las tierras agrícolas disponibles en el subcontinente, una cifra que convierte a América Latina en la región con mayor desigualdad del mundo también en este ámbito.
Este modelo eminentemente extractivista tiene claras consecuencias sobre la propia distribución de la riqueza: los pequeños propietarios y campesinos no solo tienen control sobre poca tierra, sino que en muchas ocasiones esta es la menos fértil y productiva. Los grandes latifundios, por contra, cuentan con mejores rendimientos y están orientados a productos destinados a la exportación como el cacao, el café o la soja, cuyos beneficios rara vez llegan al grueso de la población.