por Vijay Prashad
He viajado durante las últimas semanas por Aotearoa (Nueva Zelanda) y Australia invitado por organizaciones como Te Kuaka, Red Ant [Hormiga Roja] y el Partido Comunista de Australia. Ambos países fueron modelados por el colonialismo británico, marcado por el violento desplazamiento de las comunidades nativas y el robo de sus tierras. Hoy, a medida que pasan a formar parte de la militarización del Pacífico dirigida por Estados Unidos, sus poblaciones nativas luchan por defender sus tierras y su modo de vida.
El 6 de febrero de 1840, representantes de la Corona británica y de los grupos maoríes de Aotearoa firmaron el Te Tiriti o Waitangi (Tratado de Waitangi). El tratado (que no tiene punto de comparación en Australia) establecía que “protegería activamente a los maoríes en el uso de sus tierras, pesquerías, bosques y otras preciadas posesiones” y “garantizaría que ambas partes [del tratado] convivieran pacíficamente y desarrollaran Nueva Zelanda en colaboración”. Durante mi estadía en Aotearoa, me enteré que el nuevo gobierno de coalición pretende “reinterpretar” el Tratado de Waitangi para reducir la protección de las familias maoríes. Esto incluye la reducción de iniciativas como la Autoridad de Salud Māori (Te Aka Whai Ora) y los programas que promueven el uso de la lengua maorí (Te Reo Maori) en las instituciones públicas. La lucha contra estos recortes ha movilizado no sólo a las comunidades maoríes, sino a amplios sectores de la población que no quieren vivir en una sociedad que viola sus tratados. Al interrumpir el mes pasado la visita del monarca británico, Carlos III al parlamento del país, la senadora aborigen australiana Lidia Thorpe reprodujo un sentimiento que se extiende por todo el Pacífico, increpó a viva voz al monarca, mientras era sacada a rastras por la seguridad: “Ustedes cometieron un genocidio contra nuestro pueblo. ¡Devuélvannos nuestra tierra! Devuélvannos lo que nos robaron: nuestros huesos, nuestros cráneos, nuestros bebés, nuestra gente. … Queremos un tratado en este país. … Tú no eres mi rey. No eres nuestro rey”.
Con o sin tratado, Aotearoa y Australia han sido testigos de una oleada de sentimientos a favor de una mayor soberanía en las islas del Pacífico, basándose en un legado de siglos. Esta ola de soberanía ha comenzado ahora a dirigirse hacia las costas de la masiva concentración militar estadounidense en el Océano Pacífico, que tiene la mira puesta en una ilusoria amenaza de China. El Secretario de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, Frank Kendall, en su intervención en la convención de la Asociación de Fuerzas Aéreas y Espaciales de 2024 sobre China y el Indo-Pacífico, representó bien esta postura cuando afirmó que “China no es una amenaza futura. China es una amenaza hoy”. Prueba de ello, según Kendall, es que China está aumentando sus capacidades operativas para impedir que Estados Unidos proyecte su poder en la región occidental del Océano Pacífico. Para Kendall, el problema no es que China sea una amenaza para otros países de Asia Oriental y el Pacífico Sur, sino que está impidiendo que Estados Unidos desempeñe un papel protagónico en la región y en las aguas circundantes, incluidas las situadas justo fuera de los límites territoriales de China, donde Estados Unidos ha realizado maniobras conjuntas de “libertad de navegación” con sus aliados. “No estoy diciendo que la guerra en el Pacífico sea inminente o inevitable”, añadió Kendall. “No lo es. Pero sí digo que la probabilidad está aumentando y continuará haciéndolo”.
En 1951, en plena Revolución China (1949) y guerra de Estados Unidos contra Corea (1950-1953), el principal asesor de política exterior estadounidense y posterior Secretario de Estado, John Foster Dulles, contribuyó a formular varios tratados clave. Entre ellos, el Tratado de Seguridad entre Australia, Nueva Zelanda y Estados Unidos (ANZUS) de 1951, que sacó decididamente a Australia y Nueva Zelanda de la influencia británica y las incorporó a los planes de guerra de Estados Unidos y el Tratado de Paz de San Francisco, de 1951, el cual puso fin a la ocupación formal de Japón por parte de Estados Unidos. Estos acuerdos, que formaron parte de la agresiva estrategia estadounidense en la región, se sumaron a la ocupación EE.UU. de varias naciones insulares del Pacífico en las que Estados Unidos ya había establecido instalaciones militares, incluidos puertos y aeródromos: Hawai y Guam (desde 1898) y Samoa (desde 1900). A partir de esta realidad, que se extendió desde Japón hasta Aotearoa, Dulles desarrolló la “estrategia de la cadena de islas”, plan de contención que establecería una presencia militar en tres “cadenas de islas” que se extenderían hacia el exterior desde China para actuar como un perímetro agresivo e impedir que cualquier otra potencia que no fuera Estados Unidos comandara el Océano Pacífico.
Las tres cadenas de islas se convirtieron con el tiempo en baluartes de la proyección del poder estadounidense, con unas 400 bases establecidas en la región para mantener activos militares estadounidenses desde Alaska hasta el sur de Australia. Aunque Estados Unidos ha firmado varios tratados para desmilitarizar la región (como el Tratado sobre la Desnuclearización del Pacífico Sur, también conocido como Tratado de Rarotonga en 1986), ha desplazado activos militares letales, incluidas armas nucleares, por la región para proyectar amenazas contra China, Corea del Norte, Rusia y Vietnam (en distintos momentos y con distinta intensidad). Esta “estrategia de cadena de islas” incluye instalaciones militares en puestos coloniales franceses como Wallis y Futuna, Nueva Caledonia y la Polinesia Francesa. Estados Unidos también tiene acuerdos militares con los Estados Federados de Micronesia, las Islas Marshall y Palaos.
Mientras algunas de estas naciones insulares del Pacífico se utilizan como bases para la proyección del poder de Estados Unidos y Francia contra China, otras se han usado como lugares para pruebas nucleares. Entre 1946 y 1958, Estados Unidos realizó 67 pruebas nucleares en las Islas Marshall. Una de ellas, efectuada en el atolón de Bikini, detonó un arma termonuclear mil veces más potente que las bombas nucleares lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki. Darlene Keju Johnson, que es una de las primeras mujeres marshalesas en hablar públicamente de las pruebas nucleares en las islas, tenía sólo tres años en el momento de la detonación en el atolón de Bikini. En uno de sus discursos recogió el sentir de los isleños: “No queremos que utilicen nuestras islas para asesinar personas. Queremos vivir en paz”.
A pesar de la resistencia de personas como Darlene Keju Johnson (quien llegó a ser directora del Ministerio de Salud de las Islas Marshall), Estados Unidos ha intensificado su actividad militar en el Pacífico durante los últimos 15 años, negándose a cerrar bases, abriendo nuevas y ampliando otras para aumentar su capacidad militar. En Australia, sin un verdadero debate público, el gobierno decidió complementar los fondos estadounidenses para expandir la pista de aterrizaje de la base aérea de Tindal, en Darwin, de modo que pudiera albergar bombarderos estadounidenses B-52 y B-1 con capacidad nuclear. También decidió ampliar las instalaciones submarinas de Garden Island a Rockingham y construir una nueva instalación de radar de alta tecnología para comunicaciones en el espacio profundo en Exmouth. Estas expansiones se produjeron tras la alianza Australia-Reino Unido-Estados Unidos (AUKUS) en 2021, que ha permitido a EE.UU. y al Reino Unido coordinar plenamente sus estrategias. La asociación también dejó de lado a los fabricantes franceses que hasta entonces habían suministrado a Australia submarinos de propulsión diésel y garantizó que en su lugar compraría submarinos de propulsión nuclear al Reino Unido y a Estados Unidos. Con el tiempo, Australia proporcionará sus propios submarinos para las misiones que EE.UU. y el Reino Unido llevan a cabo en aguas próximas a China.
En los últimos años, EE.UU. ha intentado también atraer a Canadá, Francia y Alemania al proyecto estadounidense del Pacífico, a través de las Estrategias de asociación para las islas del Pacífico (2022) y la iniciativa Socios en el Pacífico Azul (2022). En 2021, en la Cumbre Francia-Oceanía, se produjo un compromiso para reanudar las relaciones con el Pacífico y Francia aportó nuevos activos militares a Nueva Caledonia y la Polinesia Francesa. Estados Unidos y Francia también han abierto un diálogo sobre la coordinación de sus actividades militares contra China en el Pacífico.
No obstante, estas asociaciones son sólo parte de las ambiciones estadounidenses en la región. Estados Unidos también está estableciendo nuevas bases en las islas septentrionales de Filipinas —la primera expansión de este tipo en el país desde principios de la década de 1990, a la vez que intensifica su venta de armas a Taiwán, país al que suministra tecnología militar letal (incluidos sistemas de defensa antimisiles y tanques destinados a disuadir un asalto militar chino). Al mismo tiempo, EE.UU. ha mejorado su coordinación con el ejército japonés al decidir establecer cuarteles generales de fuerzas conjuntas, lo que significa que la estructura de mando de las tropas estadounidenses en Japón y Corea del Sur estará controlada de forma autónoma por la estructura de mando estadounidense en estos dos países asiáticos (y no por órdenes de Washington).
El proyecto bélico europeo-estadounidense, sin embargo, no está yendo tan bien como se preveía. Los movimientos de protesta en las Islas Salomón (2021) y Nueva Caledonia (2024), liderados por comunidades que ya no están dispuestas a someterse al neocolonialismo, han sorprendido a Estados Unidos y a sus aliados. No les será fácil construir su cadena de islas en el Pacífico.
*Imagen principal: Ōriwa Tahupōtiki Haddon (Ngāti Ruanui), Reconstruction of the Signing of the Treaty of Waitangi [Reconstrucción de la firma del Tratado de Waitangi], c. 1940.