por Héctor Vega
Sea quien fuere el próximo presidente de los EEUU tendrá que encargarse de resolver problemas regionales inmersos en su geoestrategia global. Esto es recurrente, ha sucedido en el pasado y se renueva dramáticamente en el presente. Fue el caso durante la Guerra Fría en 1953 cuando el gobierno de Dwight Eisenhower propulsó el derrocamiento del Primer Ministro de Irán elegido democráticamente, Mohamad Mossadegh, e instaló al Shah cuyo gobierno dictatorial determinó la Revolución Islámica y la instalación en el poder del Ayatollah Khomeini. No menos desafortunadas fueron las intervenciones en la Guerra del Golfo Pérsico, el apoyo al gobierno dictatorial en Siria, Saudi Arabia, Kuwait y Egipto. En 2003 la invasión a Irak fue decidida por G. W. Bush, fue determinante en la creación de Daesh que aliándose con Al Qaeda llevó a la instauración del Estado Islámico de Irak y el Levante en junio de 2014.
Para los neoconservadores, la seguridad nacional estadounidense es parte de una cruzada mundial por la libertad y la democracia en el mundo, donde la fuerza militar se impone a la ONU y a las convenciones internacionales. Esto configura un cuadro que en una época fue predominante mediante las preemptive wars y disposiciones tácticas entregadas a fuerzas de despliegue rápido con el menor contacto posible con el adversario.
En un mundo multipolar no existe vuelta atrás en los compromisos internacionales de EEUU. Compromisos que volcaron la estrategia militar de EEUU hacia guerras preventivas en escenarios alejados de su territorio y el reforzamiento de alianzas, en Europa mediante la OTAN y la alianza Aukus en el Pacífico. La adhesión del principal aliado de EEUU, la Unión Europea, no proviene de una convicción ideológica, sino del hecho que la alianza europea carece de la posibilidad real de realizar una política de fuerza.
El multilateralismo refuerza la vigencia de una fuerza proxy y los Low Intensity Conflicts en los escenarios Europeo, Medio Oriente, Lejano Oriente y Latinoamericana. Es el caso de Israel como brazo armado de EEUU en el Medio Oriente.
En otras palabras, será el próximo presidente de EEUU, quien deberá asumir los riesgos del escalamiento en el Medio Oriente, entre ellos el cierre del estrecho de Ormuz y el libre abastecimiento de petróleo a nivel mundial. A lo que se agrega un eventual ataque israelí a las instalaciones nucleares de Irán, amenaza no sólo de represalias, sino de una guerra abierta en la región, involucrando a países como Francia y España miembros de la OTAN.
Recordemos que Irán e Irak fueron protagonistas de una guerra de 8 años, la más larga del siglo XX, con un saldo de millones de muertos, donde EEUU apoyó con armas y asesores a Irak, pero que no lograron doblegar al régimen teocrático de los Ayatolas. El riesgo de una guerra total contra creyentes islámicos chiitas deberá ser evaluado.
En la percepción del mundo árabe, Israel es el brazo armado de EEUU que invade la franja de Gaza y el sur del Líbano como parte de la estrategia de aniquilación total del enemigo del gobierno de Netanyahu. Ello sin considerar que un tal conflicto desata unbounded war energy in the región, donde los componentes regionales –políticos, históricos, culturales, étnicos– pasan a segundo plano o simplemente desaparecen. La aniquilación total de Hamas y Hezbolá constituyen un supuesto, por decir lo menos, irreal y que los aliados de Israel incluyen como argumento ante el gobierno de Netanyahu.
En el gobierno de G. W. Bush el Proyecto del Nuevo Siglo Estadounidense, de inspiración reaganiana, se señalaba como pieza central la doble lealtad de los neoconservadores, que les llevaba a tomar decisiones políticas en interés del Estado de Israel así como de EEUU.
El avance de la guerra en Medio Oriente demuestra que el próximo gobierno de EEUU deberá emplear vías alejadas de la antigua noción de guerra imperial donde la afirmación de una superioridad táctica y estratégica de tal magnitud, por su propio peso, conducía a la supresión del combate. Su aceptabilidad, sin traumas ni divisiones en la sociedad americana, estaba dada por el único resultado políticamente aceptable, victoria con cero muertes. Esa lógica ya no existe y el nuevo gobierno estadounidense deberá hacerse cargo de las realidades planteadas por la multipolaridad. El 11/9 probó que la guerra podía llegar al seno mismo del Imperio con medios aparentemente inocuos. Por eso, en la agenda de dominación actual todas las armas son lícitas, incluido el terrorismo de Estado, porque no hay límites para el terror.
La convicción de hechos inevitables explica la plena membresía de Francia a la OTAN durante la presidencia de Nicolas Sarkozy (2007-2012) así como la adhesión sin reservas del actual presidente Emmanuel Macron. A la antigua Pax Americana sucede una compleja trama de redes y alianzas, de aserción de los principios de economía de mercado en los variados centros de poder mundial. En el desorden de la economía transnacional, con la complicidad de los gobiernos, se gestionan flujos financieros o se crean complejos militar-industriales aún en países reputados enemigos de la seguridad nacional americana. En ese nuevo escenario surge la gran interrogante de si acaso los grandes arbitrajes entre el Presidente y el Congreso de los Estados Unidos conducirán al encuentro entre lo político –seguridad al precio del terror– y el mercado. Algunos antiguos halcones de la guerra, llaman a tomar el liderazgo por el cambio climático lo que significaría un llamado a las transnacionales para así morigerar en parte su explotación indiscriminada de los recursos naturales, aniquilación de la flora y fauna del planeta, aumento de la temperatura más allá del nivel crítico estimado en 1,5 °C.
El gran desafío de demócratas y republicanos será entender un mundo que dejó atrás la mitología del Manifest Destiny que sustentó la noción de shaping the World, la disuasión y el containment de la Guerra Fría, pasado que representa apenas un anacronismo, pues entonces la capacidad ofensiva que implica la política exterior de EEUU es una noción aún mucho más potente pero de riesgos incalculables.