por Ricardo Candia Cares
¿Qué habría pasado respecto de la corrupción del poder judicial, incluida la podredumbre en la Corte Suprema, de no conocerse el contenido del celular del rábula Hermosilla?
Nada.
Esa mecánica podrida ha venido sucediendo desde que el tiempo es tiempo. Creer que este sujeto es el único que trampeaba al sistema, corrompía, robada, coimeaba y atentaba contra el cacareado estado de derecho, es de una inocencia de encomio.
Sin Hermosilla todo habría seguido según la agenda que el Orden tiene definido para un país esencial y necesariamente injusto como Chile: una justicia para pobres y otra para ricos; una para rojos y respondones y una para ultraderechistas filonazis y golpistas; una para millonarios y otra para los que tienen a mala costumbre de vivir de un trabajo o pensión miserable; una para las avivadas castas militares y otra para los estúpidos civiles.
Algunas voces interesadas intentan pasar de contrabando una afirmación a todas luces falsa.
Sucede que luego de conocido el escándalo que involucra a jueces de la Corte Suprema y que va en la expulsión de una de sus integrantes, se intenta establecer que es el mayor caso de corrupción que ha afectado a esa Corte en la historia.
Falso.
La corrupción en la Corte Suprema, y en prácticamente todo el entramado judicial, no comenzó con el conocimiento de los chats de Hermosilla.
Un ejemplo.
El 28 de septiembre de 1973, la Junta Militar de Gobierno que bombardeó La Moneda, mató al presidente de la República y asesinó a miles de personas, se presenta ante el pleno de la Corte Suprema para recibir de los jueces la bendición y la carta blanca.
Ese acto selló la suerte de miles de víctimas. En adelante, la Corte rechazó recursos de amparo lo que significó una sentencia de muerte para miles de chilenos.
¿Recordamos que sería un presidente la Corte Suprema al que los detenidos desparecidos lo tenían curco? Se llamó Israel Bórquez para vergüenza y baldón.
Para decir las cosas como son, la Corte Suprema negó sistemáticamente la justicia a miles de perseguidos, desaparecidos, asesinados, exiliados y prisioneros de la dictadura, de la cual fue una instancia defensora a pesar de haber recibido la repulsa del mundo entero.
Miles de causas de violaciones de derechos humanos se han podrido en los archivos, sin que esos jueces hayan siquiera sopesado el costo en humanidad que ha significado para decenas de miles de compatriotas haber sido abandonados por la justicia.
Aún quedan 1.093 detenidos y desaparecidos sin encontrar y esa trágica realidad es en gran medida responsabilidad del más alto tribunal de la república, que en un momento denegó justicia y abandonó sus deberes.
Salvo honrosas y excepcionalísimas excepciones, la Justicia, y en especial la Corte Suprema, se ha alineado históricamente con los poderosos.
Y eso de justo no tiene nada.
Cuarenta años después del golpe de Estado la Corte Suprema pidió perdón por el abandono de sus funciones y el apoyo explícito al tirano durante los diecisiete años de su gestión. No sirvió de nada. No tuvo un efecto práctico medible. Fue otro montaje ideológicamente falso.
El sistema judicial ha sido y es el mecanismo por medio del cual la oligarquía defiende sus intereses y el ordenamiento que le permite hacer y deshacer.
Como saben hasta las piedras, la ceguera de la diosa que la representa no es sino una figura tuerta que solo ve lo que se aviene con sus propios intereses.
Es cosa de ver qué pasa en las cárceles y quienes purgan condena en esos antros de pobreza límite y podredumbre humana.
La Corte Suprema es la mayor expresión de un feudo que se rige por sus propias normas las que siempre terminan por generar condiciones de trabajo y de sueldos que al resto de los mortales les está vedado. Regidos por reglamentos que ellos mismos se dan, gozan de beneficios inalcanzables para el resto del censo.
La justicia ha sido siempre una expresión de la clase dominante. Su estructura y generación reproduce y profundiza las desigualdades propias de un orden autoritario, inamovible, patriarcal, machista, milico y casi feudal. Es el brazo judicial de los poderosos.
La avalancha delincuencial que carcome al país, la de los minoristas que asaltan y roban celulares y automóviles, y la de los mayoristas de alta gama que roban cifras imposibles de escribir, está íntima y directamente relacionada con el actuar de las instancias superiores de la administración de justicia: el tipo de delincuencia está directamente ligado al tipo de justicia.
El hecho de que casi por casualidad se haya descubierto la pudrición que corroe una instancia de apariencia proba y de riguroso respeto por las leyes y códigos, no significa que esa manzana podrida sea la única y que no haya otros que dese siempre hayan tenido el mismo comportamiento. El manzanar es el corrupto.