por Antonio Abal
Hace un par de días, en una presentación de un texto referido al Guevarismo, una compañera del público asistente, en el mejor tono crítico manifestó que no estaba de acuerdo con el “endiosamiento” del Che, cosa que compartimos plenamente. El Che el de “los modestos esfuerzos” jamás hubiera permitido que su rostro y figura se convierta en mera mercadería.
En Bolivia se puede ver el rostro del Che en banderas, carteles, sedes sindicales, incluso el cartel de la Central Obrera Boliviana tiene su rostro, entonces cabe la pregunta: ¿El Che ha sido reducido a un símbolo vacío, o se tiene cabal cuenta de su pensamiento y práctica revolucionaria?
Es bueno, en este punto, recuperar las palabras de Lenin, que señala, “Con la doctrina de Marx ocurre hoy lo que ha ocurrido en la historia repetidas veces con las doctrinas de los pensadores revolucionarios y de los jefes de las clases oprimidas en su lucha por la liberación. En vida de los grandes revolucionarios, las clases opresoras les someten a constantes persecuciones, acogen sus doctrinas con la rabia más salvaje, con el odio más furioso, con la campaña más desenfrenada de mentiras y calumnias. Después de su muerte, se intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para «consolar» y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando su filo revolucionario, envileciéndola. En semejante «arreglo» del marxismo se dan la mano actualmente la burguesía y los oportunistas dentro del movimiento obrero. Olvidan, relegan a un segundo plano, tergiversan el aspecto revolucionario de esta doctrina, su espíritu revolucionario. Hacen pasar a primer plano, ensalzan lo que es o parece ser aceptable para la burguesía. Todos los socialchovinistas son hoy — ¡bromas aparte! – ‘marxistas’.”
Parafraseando a Lenin podemos decir “que muchas personas hoy se consideran guevaristas, intentando convertirlo en ícono inofensivo, canonizarlo, rodear su nombre de una cierta aureola de gloria para ‘consolar’ y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando su filo revolucionario, envileciéndola. En semejante ‘arreglo’ confluyen hoy, antiguos MNRistas, ADNistas, MIRistas, socialdemócratas incrustados en el MAS y — ¡bromas aparte! – se consideran “Guevaristas”.
El objetivo imperialista para despolitizar y desideologizar a las grandes masas revolucionarias del continente, que derrotaron dictaduras y resistieron a las políticas neoliberales, ha tenido éxito. En concreto la sociedad boliviana altamente politizada a partir de su vanguardia ideológica que fue el proletariado minero, perdió ese motor generador de conciencia porque fue destruido materialmente en 1985.
Durante el llamado proceso de cambio poco se hizo para reemplazar al sujeto histórico del proletariado minero, no se desarrolló el pensamiento del “vivir bien” en todas sus dimensiones, especialmente ideológica, atribuyendo, con mucha ignorancia a un pensamiento posmoderno su eje descolonizador.
Hoy el proceso boliviano truncado, requiere una nueva agenda que recupere los iniciales postulados del Instrumento Político, es decir plena recuperación del carácter revolucionario de su fundación con el objetivo de cambiar al Estado y no ser un instrumento para un simple cambio de gobierno. La disputa electoral actual no es el terreno para el debate necesario respecto al futuro. Reiteramos que no se trata del “futuro gobierno”, se trata del futuro Estado y esta es la clave para el debate, para el fortalecimiento del pueblo organizado. No podemos hablar de cambio o revolución manteniendo una estructura colonial, con una economía de carácter capitalista que está siendo fortalecida, o manteniendo una frondosa burocracia que arrulla en sus brazos a los retoños del dominio imperial.
Plantear un reencuentro con el pensamiento guevarista es dejar de lado el ícono y actuar en consecuencia en cada momento con la coherencia entre palabra y obra, entre ejemplo y sacrificio, entre modestia e integridad. Solamente respetando los valores como guía para la acción estaremos caminando en el sendero del hombre nuevo.
Los homenajes vacíos y amarillentos deben dar paso a la acción revolucionaria, que no entra al juego del lawfare, que no debate desde la comodidad de las redes sociales, que no se deja envolver por la niebla espesa de los medios de comunicación empresariales, sino que tiene la capacidad de quebrar los discursos de una falsa democracia, encubridora de privilegios y reproductora de la corrupción y el envilecimiento de la palabra “justicia”.
Son tiempos de crisis, de revelaciones de los rostros verdaderos escondidos en caretas agradables, son tiempos para definir la muerte del “Estado aparente” y consolidar el Estado Plurinacional.