por Vijay Prashad
El 1 de octubre, Michael McCaul, presidente del Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes estadounidense, emitió una declaración en la que instaba al presidente de Estados Unidos, Joe Biden, a “ejercer la máxima presión sobre Irán y sus apoderados, en lugar de presionar a Israel para que cese el fuego. Necesitamos acelerar las transferencias de armas a Israel que esta administración ha retrasado durante meses, incluidas bombas de 2.000 libras, para asegurar que Israel tenga todas las herramientas para disuadir estas amenazas”. El beligerante llamamiento de McCaul se produjo días después de que Israel utilizara más de ochenta bombas de 2.000 libras de fabricación estadounidense junto con otras municiones, el 27 de septiembre, para atacar un barrio residencial de Beirut y una zona de la capital israelí matando –entre cientos de civiles– a Sayyed Hassan Nasrallah (1960–2024), el líder de Hezbolá. En este único bombardeo, Israel lanzó más bombas de este tipo que el ejército estadounidense en su invasión a Irak en 2003.
El comandante Graham Scarbro, ex aviador de la Marina estadounidense, revisó las pruebas de los ataques israelíes para el Instituto Naval de Estados Unidos. En un revelador artículo, Scarbro señala que Israel “parece haber adoptado un enfoque considerablemente diferente a las fuerzas estadounidenses respecto a los daños colaterales en las últimas décadas”. Aunque Estados Unidos nunca ha mostrado una preocupación significativa por las víctimas civiles o los “daños colaterales”, cabe señalar que incluso altos mandos militares estadounidenses se han sorprendido del grado de desprecio de Israel por la vida humana. Los militares israelíes, escribe Scarbro, “parecen tener un umbral más alto en cuanto a los daños colaterales… lo que significa que atacan incluso cuando las probabilidades de que haya víctimas civiles son mayores”.
Aunque Washington sabe que los israelíes han estado bombardeando Gaza, y ahora Líbano, con total desenfreno –incluso después de que la Corte Internacional de Justicia dictaminara que es “plausible” que Israel esté cometiendo genocidio contra los palestinos de Gaza–, Estados Unidos continúa suministrando armamento mortífero a los israelíes. El 10 de octubre de 2023, Biden dijo, “Estamos incrementando la ayuda militar adicional”, que ha alcanzado la cifra récord de al menos 17.900 millones de dólares durante el último año de genocidio. En marzo de 2024, The Washington Post informó que Estados Unidos había “aprobado y entregado discretamente más de 100 ventas militares a Israel, que incluyeron ‘miles de municiones guiadas de precisión, bombas de pequeño diámetro, destructores de búnkeres, armas ligeras y otra ayuda letal”, que ascendían a “miles de municiones para armamento de precisión guiada, bombas de pequeño diámetro, destructores de búnkeres, armas pequeñas y otra forma de apoyo letal”. Estas “pequeñas” ventas no alcanzaron el límite mínimo establecido por la legislación estadounidense, que exige que el presidente solicite la aprobación del Congreso (que, de todos modos, no habría sido denegada). Estas ventas representaron la transferencia de al menos 14.000 bombas MK-84 de 2.000 libras y 6.500 bombas de 500 libras que Israel ha utilizado tanto en Gaza como en el Líbano.
Para Israel ya es una rutina en Gaza el uso habitual de bombas de 2.000 libras para atacar zonas pobladas por civiles, a quienes las propias autoridades israelíes habían dicho que se refugiaran en esos lugares. “En las dos primeras semanas de la guerra”, informó The New York Times, “aproximadamente el 90 por ciento de las municiones que Israel lanzó en Gaza fueron bombas guiadas por satélite de 1.000 o 2.000 libras”. En marzo de 2024, el senador estadounidense Bernie Sanders tuiteó: “Estados Unidos no puede rogar a Netanyahu que deje de bombardear a civiles un día y al siguiente enviarle miles de bombas de 2.000 libras que pueden arrasar manzanas enteras. Esto es obsceno”. Un informe de 2016 de Action on Armed Violence [Acción sobre la violencia armada – AOAV, por su sigla en inglés] ofrecía la siguiente evaluación de estas armas de destrucción masiva:
Se trata de bombas extremadamente potentes, con una gran capacidad destructiva cuando se utilizan en zonas pobladas. Pueden volar edificios y matar o herir a personas a cientos de metros del punto de detonación. El patrón de fragmentación y el alcance de una bomba MK 84 de 2.000 libras es difícil de predecir, pero en general se dice que esta arma tiene un “radio letal” (es decir, la distancia en la que es probable que mate a las personas que se encuentren cerca) de hasta 360 metros. Las ondas expansivas de un arma de este tipo pueden crear un gran efecto de conmoción; cabe esperar que una bomba de 2.000 libras cause lesiones y daños graves hasta a 800 metros del punto de impacto.
He recorrido varias veces el barrio de Haret Hreik, de Dahiyeh en Beirut alcanzado por las bombas israelíes en el ataque contra el alto mando de Hezbolá. Se trata de una zona muy congestionada, con apenas unos metros entre edificios residenciales de gran altura. Atacar un conjunto de estos edificios con más de ochenta de estas potentes bombas no puede calificarse de “preciso”. El bombardeo israelí de Beirut refleja la crudeza de sus ataques contra Gaza y simboliza el desprecio por la vida humana que caracteriza tanto a la guerra israelí como a la estadounidense. El 23 de septiembre, Israel bombardeó el Líbano a un ritmo de más de un ataque aéreo por minuto. En días, los “intensos ataques aéreos de Israel” desplazaron a más de un millón de personas, una quinta parte de la población total del Líbano.
La primera bomba que cayó de un avión fue una granada de mano Haasen (Dinamarca) lanzada por el teniente Giulio Cavotti, de la Fuerza Aérea italiana, el 1 de noviembre de 1911 sobre la ciudad de Tagiura, cerca de Trípoli (Libia). Cien años después, en una especie de conmemoración grotesca, aviones franceses y estadounidenses bombardearon Libia una vez más como parte de su guerra para derrocar al gobierno de Muammar Gaddafi. La ferocidad de los bombardeos aéreos se constató desde el principio, como lo documentó Sven Lindqvist en su libro A History of Bombing [Historia de los bombardeos] (2003). En marzo de 1924, el jefe de escuadrón británico Arthur “Bombardero” Harris redactó un informe (posteriormente suprimido) sobre sus bombardeos en Irak y el significado “real” de los bombardeos aéreos:
Donde lxs árabes y lxs kurdos acababan de empezar a darse cuenta de que si podían soportar un poco de ruido, podían soportar los bombardeos… ahora ya saben lo que significa un bombardeo de verdad, en bajas y daños; ahora saben que en 45 minutos un pueblo de tamaño natural… puede ser prácticamente aniquilado y un tercio de sus habitantes muertos o heridos por cuatro o cinco máquinas que no les ofrecen ningún objetivo real, ninguna oportunidad de gloria como guerreros, ningún medio eficaz de escapar.
Cien años después, estas palabras del “bombardero” Harris describen perfectamente el tipo de crueldad infligida tanto a Palestina como al Líbano.
Podrían preguntarse: ¿qué pasa con los cohetes lanzados contra Israel por Hezbolá e Irán? ¿No forman parte de la brutalidad de la guerra? Ciertamente, forman parte de la fealdad de la guerra, pero no se puede establecer un paralelismo fácil. Los misiles balísticos de Irán se produjeron tras el ataque de Israel a una instalación diplomática iraní en Siria (abril de 2024), el asesinato del líder de Hamás Ismail Haniyeh en Teherán tras la toma de posesión del presidente iraní Masoud Pezeshkian (julio de 2024), el asesinato de Nasrallah en Beirut (septiembre de 2024) y el asesinato de varios oficiales militares iraníes. Es significativo que, mientras Israel ha lanzado innumerables ataques contra civiles, personal médico, periodistas y trabajadorxs humanitarixs, los misiles iraníes se dirigieron exclusivamente contra instalaciones militares y de inteligencia israelíes y no contra zonas civiles. Hezbolá, por su parte, atacó la base aérea israelí de Ramat David, al este de Haifa, en septiembre de 2024. Ni Irán ni Hezbolá han disparado sus municiones contra barrios congestionados de ciudades israelíes. Desde el 8 de octubre de 2023, los ataques aéreos israelíes contra Líbano han superado con creces los ataques de Hezbolá contra Israel. Antes de la actual oleada de hostilidades, el 10 de septiembre, Israel ya había asesinado a 137 civiles libaneses y desplazado a cientos de miles de libaneses de sus hogares. Mientras tanto, los cohetes de Hezbolá habían matado para entonces a 14 civiles israelíes y sus cohetes habían provocado la evacuación de 63.000 civiles israelíes. No sólo ha habido una diferencia cuantitativa en el número de ataques y el número de muertes, sino una diferencia cualitativa en el uso de la violencia. La violencia dirigida en gran medida contra objetivos militares es permisible en determinadas condiciones según el derecho internacional. La violencia indiscriminada, como cuando se utilizan bombas masivas contra civiles, viola las leyes de la guerra.
Etel Adnan (1925-2021), poetisa y artista libanesa, creció en Beirut después que sus padres huyeran del Imperio otomano en ruinas convertido en la actual Turquía. Excavó profundo en la tierra del conflicto y el dolor, ingredientes de su poesía. Su voz resonaba desde el balcón de su apartamento en Ashrafieh, la “pequeña montaña”, desde donde podía ver los barcos que entraban y salían del puerto. Cuando murió Etel Adnan, el novelista Elias Khoury (1948-2024), quien falleció poco antes que Beirut fuera bombardeada nuevamente, escribió que lloraba a una mujer que no moriría, pero que temía por su ciudad, que sufría sola. He aquí algunos extractos del poema de Etel, “Beirut, 1982”, para recordarnos que estamos tan furiosos como una tormenta.
Nunca creí
que la venganza
sería un árbol
creciendo en mi jardín
*
Los árboles crecen en todas direcciones
El pueblo palestino también:
desplazado
no como las mariposas
sin alas,
incapaz de volar,
cargado de amor
por sus fronteras y su
miseria,
nadie puede estar eternamente tras
las rejas
o bajo la lluvia.
…
Jamás lloraremos con lágrimas
sino con sangre.
…
No será en los cementerios donde
plantaremos el grano
ni en la palma de mi mano
Estamos furiosos como una tormenta.
Imagen principal: Ayman Baalbaki (Líbano), Sin título, 2020.