por Ricardo Candia Cares
Recordemos. Cuando aún no se disipaba el humo de La Moneda bombardeada por la cobarde Fuerza Aérea de Chile, se inauguraba la dilatada temporada de corrupción generalizada, ancha y larga.
Apestosa, con charreteras y trajes de alta costura y calles ensangrentadas.
¿Qué pasó con el respeto a la ley, la moral, las buenas costumbres, los preceptos bíblicos de no robar, no mentir ni cometer actos impuros que esgrimieron los traidores a la patria? ¿En qué quedó la moralina que vociferaba Jaime Guzmán?
Recordemos que, cual rapiñas asquerosas, robaron objetos personales del cadáver tibio del presidente Allende.
¿Qué pasó con la reconstrucción moral de Chile azotado por la irrupción del pobrerío dirigido por un presidente que dejó la vara más alta posible para siempre?
Bueno, esto era: el triunfo definitivo y sin contrapeso de la sinvergüenzura, la corrupción, el robo descarado, el triunfo final del arreglín, la barbarie por conseguir más ganancia.
Porque solo se trata de eso para el poderoso, su religión, su paraíso en la tierra, su alfa y omega: ganar dinero hasta niveles de la morbosidad más insana.
Este ha sido un medio siglo en que primó la moral de los vencedores que se expresa en toda su magnitud en los tiempos que vivimos. Y que se ha perfeccionado en decenios de vergüenza y oprobio mediante la entusiasta colaboración de quienes, por principio, discursos y apariencias, deberían ser los enemigos de aquellos que traicionaron, mataron, desaparecieron, robaron y siguen robando.
Pero no ha sido así.
En esa inercia asombrosamente inmoral, Chile se desmorona.
La institucionalidad tan cacareada, la armazón superestructural sobre la que se construye este país, está desfondándose como parte de un proceso natural de pudrición de un sistema que está llegando a la cúspide de su evolución. A su perfección más soñada: siempre se puede robar, mentir, manipular, aprovechar un poco más.
Y también se puede traicionar un poco más cada vez.
Pero no toda la culpa la tiene el chancho.
Gran parte de la responsabilidad del estado en que se encuentra el país, es esa izquierda que no ha sido capaz de decir una sola idea fundante que ofrezca la frescura de algo decente, radical, firme, que remueva, que tome lo mejor de la historia. La pasada y la reciente.
Que desordene el gallinero.
Y utilice para ese efecto demoledor lo mejor de las teorías que ofrecen caminos originales y efectivos, es decir, aquellas que permiten entender los fenómenos en su esencia cambiante, transitoria, dialéctica, que va y viene, que cambia de color y de texturas.
Que son y no son, de manera simultánea.
La gracia, más que saber cómo se llama para donde vamos, es convencernos de hacer el mejor camino hasta donde sea que se llegue.
Las religiones, como sabemos, solo se han dado una vuelta en redondo. Lo mismo han hecho las teorías revolucionarias que en manos de burócratas han terminado siendo lo contrario que decían.
Otros señalados pensadores y líderes de lo que antes fue un proyecto centrado en el humano, hoy son conversos, tránsfugas y marranos que decidieron acortar el camino de la riqueza y el buen pasar. Se los ha podrido el enemigo, lo que les asienta de lo más bien.
Así, al parecer solo nos tenemos nosotros.
Lo que queda al descubierto es la gran estafa democrática que se ha vendido como la transición de la dictadura hasta una democracia plena.
Falso. Este país no es democrático.
Mientras sea que los que mandan son los millonarios y poderoso corruptos, delincuentes de trajes caros y autos de alta gama, Chile sigue siendo una dictadura con elecciones cada dos años y medio.
Se obliga a los trabajadores a vivir en condiciones límite, acogotados por el cepo de la deuda, sin posibilidad del ejercicio de sus derechos humanos básicos, a vivir acechados por leyes que coartan, obligan y limitan una vida plena, arracimados en poblaciones tomadas por la delincuencia y la mierda, en medio de ambientes trasminados de polución, sufriendo una educación y salud públicas transformadas en sumideros de pobrezas y falencias.
Gente para la que ser feliz, es ir de compras al mall un domingo en la tarde, a diez cuotas precio contado.
Mientras tanto, las leyes permiten el enriquecimiento cancroide de las fortunas ya desmesuradas con una facilidad de paseo por el parque. Marcela Cubillos y Luis Hermosilla son sujetos que deberían posar en el escudo nacional.
Este desfonde que tendría que hacer crisis en algún momento debe encontrar una disposición diferente al de ese octubre para el olvido. El centro de la corrupción está en el corazón de la elite que dirige el país. Y esa tensión llevada al máximo debería buscar una salida.
Queda en entredicho el concepto de patria. La bandera pasa a ser una excusa. La simbología patriotera de la que son tan defensores quienes lo han robado todo, no pasa de ser una forma que adquiere la manipulación.
En los círculos del poder ya se estará pensando en cómo salir de la crisis, aunque dentro del mismo endogámico esquema corrupto sea imposible hallar soluciones ciertas.
Quienes se dedican a hacer las leyes, saben de antemano como trampearlas. Cundirán reuniones secretas en las que se prevén decisiones y calculen daños. Se buscará el empate. Y todo volverá a una normalidad de espanto.
El enemigo sabe que no hay ningún riesgo en lontananza. Ni en vicinanza.
Por lo menos, por ahora. Y no se sabe por cuanto más.
Una «izquierda» tibia si aún existe.
Sólo existe estar bien con Dios y el diablo.
En fin .., Chile la alegría que nunca llegó!!